La historia de un Hostal de Gran Vía regentado por Delfina de 81 años de Galicia

Por Ignacio Carrascón Herranz

El número 12 de la Gran Vía, un majestuoso edificio blanco que data de 1914, ha visto muchas cosas en sus 107 años de historia, una Guerra Civil incluida. A pie de calle se ubica el legendario Bar Chicote, mejor bar del mundo en 2004 según la MTV.

Su barra ha acogido una larga lista de personalidades como Ernest Hemingway, Sofía Loren o Salvador Dalí, que incluye a miembros de la realeza, deportistas, políticos e intelectuales.

Cuatro pisos por encima de este exclusivo centro de reunión, se halla otro establecimiento más sencillo pero por cuyas puertas han cruzado tantas personas como por las de su vecino de abajo; aunque sin duda la más querida de todas ellas es Delfina, su propietaria, y la que da nombre a la pensión.

En los 50 y los 60, pensiones como la de Delfina ofrecían a muchos inmigrantes españoles la oportunidad de ganarse la vida en la ciudad (como también lo hacían las tascas y bares) Fue esta oportunidad la que trajo a Delfina a Madrid. Nacida en un pueblo de Orense en 1940, Delfina llegó con 24 años y acompañada de su marido a una Gran Vía muy distinta a la que hoy conocemos, aunque como ella dice:

 Da igual lo que le hagan, la Gran Vía siempre será la Gan Vía.

En estos 57 años siendo madrileña, Delfina ha visto crecer y cambiar a la calle y la ciudad. Cuando llegaron de Galicia, Madrid dejaba de existir pasada la plaza de toros de Las Ventas.

Así, la pensión de Delfina nació como un hogar lejos del hogar para los migrantes españoles que venían a pasar temporadas en Madrid sin su familia. Delfina atendía a sus huéspedes, a algunos durante estancias de hasta 14 años, en una época en la que la mayoría de hombres adultos no tenían ni la capacidad ni la mentalidad de llevar a cabo tareas tales como lavarse la camisa o freírse un huevo.

A lo largo de los años, Delfina ha ido haciendo obras periódicamente, para, entre otras cosas, dotar a las habitaciones de baño privado, cosa que muy pocas pensiones ofrecían hasta hace no tanto. Las habitaciones están equipadas con todas las comodidades que cabe esperar hoy en día, como wifi, teléfono o televisión, pero afortunadamente aún conservan toda la belleza y el encanto de antaño: tapetes de ganchillo en las mesas, motivos florales en las camas y perchas en las esquinas de todas las habitaciones, complementan el mobiliario centenario de madera oscura y los intrincados radiadores de hierro colado – los mismos que se pueden ver en el Centro Cultural La Tabacalera.

Jose, el hijo de Delfina, que puso en marcha la página web, la ayuda a manejar las plataformas de reservas online. Basta un vistazo a las reseñas para apreciar la calidez y la hospitalidad que se respiran en el hostal. Sin embargo, la cercanía, la familiaridad y la nostalgia que caracterizan y dan vida a establecimientos como este, representan un fenómeno en serio peligro de extinción ante la expansión de los Airbnb, que proliferan por la zona llevándose por delante a negocios y a vecinos. 

Delfina, de momento, resiste valientemente a la sacudida digital, entre otras cosas, gracias a que, tras años de alquiler y ahorro, su marido y ella fueron capaces de convertirse en propietarios de la pensión. Por desgracia su marido falleció hace 10 años, pero Delfina no muestra el más mínimo signo de declive. A sus 81 años se mueve con rapidez y soltura entre sus 14 habitaciones, limpiándolas y arreglándolas mientras se encarga de las entradas, las salidas y las peticiones de los huéspedes con una eterna sonrisa.

Si bien la ocupación ha descendido drásticamente, la carga de trabajo no ha hecho más que aumentar, ya que al contar con menos ingresos no puede permitirse contratar ayuda externa a tiempo completo. Sin embargo, orgullosamente vacunada, Delfina confía en estar ya en la recta final de la pandemia, cada vez más cerca de alcanzar la normalidad.

Tras reabrir la pensión después de la cuarentena, Delfina aprovechó para renovar los baños de las habitaciones. Más que una remodelación necesaria, las obras fueron la manera en la que Delfina deja claro que su pensión está aquí para quedarse.

INFO


Ignacio Carrascón Herranz es estudiante de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense. Aprendiz de periodismo alternativo e independiente, y convencido de su importancia e impacto en la sociedad. 

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